Lady ADN

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Lady ADN

Si al César, lo que es del César… a Rosalind, lo que es de Rosalind.

Esta es la historia de una mente brillante que, gracias al paso del tiempo -ese que a todo el mundo fastidia por igual y siempre acaba colocando todo en su debido sitio-, va despojándose de las sombras que los prejuicios de género vertieron sobre su figura.

El conocimiento que hoy tenemos del carbono, el comportamiento de algunos virus y, sobre todo, de nuestro propio ADN (ácido desoxirribonucleico) no existiría como tal sin la labor desempeñada por la química y biofísica británica, lady Rosalind Elsie Franklin.

Pionera

El 25 de julio de 1920, el barrio londinense de Notting Hill se convirtió en testigo de la llegada al mundo de nuestra protagonista, quien desde temprana edad ya manifestó pasión por la ciencia. El fervor se topó con la desaprobación paterna, tened en cuenta que hablamos de una época en la que ni la física ni la química eran consideradas cosas de mujeres. Sin embargo, la adolescente Rosalind consiguió abrirse camino a base de tesón y disciplina.  La recompensa fue doble: logró que su progenitor cambiase de opinión y afianzó su papel como pionera científica.

En 1941, ya como estudiante del colegio Newnham -el segundo perteneciente a la Universidad de Cambridge que admitió mujeres- se licenció en Ciencias Naturales (especialidad en Química). Un hito acontecido siete años antes de que las mujeres fuesen consideradas miembros de pleno derecho en la Universidad de Cambridge, cosa que finalmente ocurrió el 27 de abril de 1948.

Fue precisamente en esa etapa cuando la joven investigadora empezó a tomar conciencia y a expresar su opinión acerca de la igualdad entre mujeres y hombres. Tal inclinación por la paridad de oportunidades no fue muy bien recibida por varios de sus colegas, siendo su conflicto más sonado el protagonizado junto al Nobel de Química, Ronald G. W. Norrish. Rosalind acabó abandonando el equipo de investigación liderado por su sénior. Sin embargo, no tardó en combatir todo fuego amigo con la mejor de sus armas: la investigación.

Dios salve a la reina... de la Química y los Materiales

Mientras medio mundo sacaba su lado más irracional en la II Guerra Mundial, Rosalind encontró el refugio perfecto en el laboratorio. Entre microscopios y tubos de ensayo, la investigadora desarrolló una pasión por los Materiales que desembocó en un revolucionario estudio del carbón.

Al analizar la estructura del mineral, comprobó que había una estrecha relación entre la porosidad del mismo y la temperatura del proceso de carbonización; a mayor temperatura, poros de menor tamaño. 

Centrada en estos últimos, vio la similitud que guardaban con las moléculas de gas, lo que la llevó a usarlos como filtros separadores de moléculas. El resultado de las investigaciones fue una clasificación de carbones sin precedentes.

Los descubrimientos de Franklin fueron una mina de oro para la Asociación Británica de Investigación de Utilización del Carbón entre 1942 y 1945. El mismo año que el conflicto bélico llegó a su fin, Rosalind recibió el Doctorado en Físico-Química y amplió las fronteras de su labor, viajando a París.

En la capital francesa, se familiarizó con la técnica de difracción de Rayos X (desviación de los rayos al encontrarse con un obstáculo) que permite  determinar la estructura tridimensional de materiales cristalinos. Fue así como Rosalind inició su andadura por la senda de la cristalografía. El desciframiento de la estructura del ADN aguardaba impaciente al final del camino.

Un ADN de doble hélice y un robo en toda regla

1951. Rosalind regresa a casa. Nuestra querida Pérfida Albión sería, a la vez, su consagración y la roca que la hundiría, cual Virginia Woolf, en el abismo del olvido durante décadas.

En el machito King’s College, la investigadora se las ingenió para capturar la esencia del ADN con una resolución nunca vista.  Cuando Instagram ni siquiera era un prototipo, la inglesa venit, vidit et vicit y se la coló por toda la escuadra a la ciencia, con más precisión que Lineker.

Rosalind Franklin en París

Así quedó patente durante la charla que les dedicó a sus colegas antes de acabar el mencionado año. La exposición de los resultados generó tanta admiración como envidia, como la que sintieron sus dos némesis: James Watson y Frances Crick. Ambos se pasaron gran parte de la primera mitad de la década de los 50 utilizando y atribuyéndose como propios los estudios y avances del genio en la sombra.

51, el nuevo número de la suerte

Ajena a las malas prácticas de la peor de las testosteronas, Rosalind continuó realizando fotografías del ADN. Con una de ellas cambiaría el mundo de la genética para siempre.

La famosa fotografía número 51 inmortalizó la estructura de doble hélice del ADN con la que Franklin llevaba años soñando. De una vez por todas, pudo demostrar que la molécula donde se almacena toda la información genética está constituida por dos cadenas que se entrelazan, dando lugar a una estructura robusta con forma de hélice.

Fotografía número 51 del ADN captada por Rosalind Franklin

La instantánea fue clave para que Watson y Crick ultimasen su artículo sobre la estructura del ADN. Un texto que acabó publicado en la revista Nature y en el que fugazmente se mencionaba a Rosalind dentro de un vago “reconocimiento colectivo” a varios colegas y sin acreditarla como autora de avances y fotografías. Por su parte, la investigadora firmó, junto a Raymond Gosling, otro artículo en aquel mismo ejemplar de Nature donde compartió las especificaciones técnicas de sus fotografías. Al contrario que sus colegas, ella sí los citó y les reconoció la labor desempeñada.

Réquiem por un talento

El diagnóstico del cáncer de ovarios que recibió en 1956 no detuvo su vocación investigadora. Rosalind se mantuvo en activo hasta pocos días antes de su muerte, acaecida en la primavera de 1958.

Con el tiempo, la comunidad científica finalmente ha ido haciendo justicia a su legado. La restauración de su nombre en la primera línea de las investigaciones relacionadas con el ADN es la gran prueba de ello.

Incluso colegas de otras disciplinas acabaron rindiéndole homenaje a su figura, siendo el más estratosférico de todos ellos el del astrónomo John Broughton, quien bautizó el asteroide (9241) Rosfranklin en su honor.

Desafortunadamente, el caso Franklin no es un caso aislado. Si queréis seguir desempolvando talentos marginados, buscad y recuperad de entre vuestras plataformas de streaming favoritas a las Figuras Ocultas (Hidden Figures, 2016) que allanaron el camino a las mujeres STEM afroamericanas. Por cierto, en esa película aparece el gran Jim Parsons, actor que con su Sheldon Cooper llevó las ciencias a unos niveles mainstream que para sí quisieran muchos gobernantes.

Rosalind, Rosalind, Rosalind…

Agradecimientos

A mis Figuras Ocultas y revisoras Marta Rodríguez, María Corral y Almudena Fernández.

Retrato “Rosalind Franklin” de Faded Times de dominio público, Public Domain Mark 1.0. Imagen “Rosalind Franklin en París” de Vittorio Luzzati, bajo licencia CC BY-SA 4.0. Imagen “Fotografía número 51 del ADN” FIO052: Figure 5.8a de Rosenfeld Media, bajo licencia CC BY 2.0. Imagen placa conmemorativa de Rosalind Franklin en París, de Spudgun67 bajo licencia CC BY 2.0. Póster de la película “Hidden Figures”, de Wolf Gang  bajo licencia CC BY-SA 2.0.

Jorge Domínguez
Business Development Assistant - ABG-IP
Jorge se incorporó a ABG Intellectual Property en 2019. Su experiencia laboral ha estado siempre ligada a la creación de contenidos, tanto en medios como en agencias de comunicación. Además, cuenta con una trayectoria como autor literario y musical. Es autor de las novelas, “Los Chicos del Parque” (2017) y “Condenados a Entenderse” (2019), y ha lanzado su primer álbum, “Domine”, en 2020.
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